La Víspera del... III
sábado, 1 de septiembre de 2007
Génesis
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Al principio…
Adán deambulaba por el paraíso contemplando la obra de Dios, la magnificencia de la creación, el milagro de la vida. No se sentía dueño de aquel lugar, sino parte de él, como una efímera e insignificante gota de rocío, desnuda ante la devastadora belleza del jardín del Edén.
Sin quererlo, o al menos sin planteárselo, llegó al claro del bosque donde se encontraba el árbol de la fruta prohibida. Podía disponer de cuanto se le antojase, excepto de las frutas de ese árbol. Dios le había dado todo cuanto había deseado, aún antes de saber lo que significaba desear algo. Le había dado la vida, le dio refugio, la mejor de las compañeras, pero también le dio responsabilidad, le dio una razón para existir, y la única condición que le impuso fue no probar los frutos de aquel lugar. ¿Por qué, sin embargo, siempre acababa acudiendo allí?
El viento parecía susurrar su nombre, cuando acariciaba con sus dedos intangibles las hojas del manzano, y aun estando a varios kilómetros podía sentirlo susurrar en su oído, con voz queda, suavemente, adentrándose en sus pensamientos, dominándolo por completo. Y cuando alzaba la vista, estaba frente a él, y no recordaba cómo había llegado allí, ni lo que había estado haciendo antes. Solo sabía que ansiaba uno de aquellos frutos más que a nada en el mundo, que cambiaría todo cuanto le había sido entregado por probar una sola de aquellas embriagadoras manzanas.
- Lo estás deseando –murmuró el viento con voz de mujer, y Adán sintió sus cálidos labios acariciar su cuello, sus manos suaves recorrer su pecho, y sus delicados senos contra su espalda, fundiéndose en un abrazo-. El deseo te devora por dentro, Adán. Anhelas los frutos de ese árbol porque sabes que esconde el misterio de Dios, el alma de Dios, su esencia hecha jugo y pulpa. Dios tiene miedo de tu potencial, de que seas su igual, por eso no quiere que pruebes su ambrosía. Es el alimento de Dios, Adán, es lo que separa al hombre de convertirse en Todopoderoso.
- Tú no eres Eva... – dijo Adán dándose media vuelta, comprobando que la mujer que seductoramente lo abrazaba no era el viento, ni fruto de su delirio, sino que estaba junto a él. Misteriosa, cautivadora, rozando cada poro de su piel con su desnudez-. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?
- Soy quien tú quieras que sea –respondió ella, recorriendo el pecho de Adán con las yemas de sus dedos-. Solo importa lo que tú quieres, y todo cuanto quieres te lo puedo entregar. Mi misión es ungirte la corona que por derecho te pertenece, y servirte en todo aquello que tu mente y tu corazón dispongan. Adán… mi señor Adán, el amo del jardín Edén. Pero antes debes despertar, abrir los ojos del alma, y convertirte en Dios. Antes debes saborear una de esas deliciosas manzanas.
Y Adán sucumbió al embrujo de la mujer, y arrancó una de las manzanas del árbol prohibido, llevándosela a la boca, dejando que el dulce néctar de la fruta se mezclara con su saliva, invadiendo sus sentidos, despertándolo del sueño en que había estado sumido desde el día de su creación.
Entonces contempló el mundo, y allí donde había visto belleza solo halló desazón y podredumbre. Los verdes prados del jardín del Edén eran ahora un pantano de lamentos y angustia extendiéndose frente a él. Buscó a la mujer, pero en el lugar en que había aparecido solo encontró una serpiente que, siseando, se alejaba, perdiéndose en la maleza. Entonces sintió pavor, el miedo se apoderó de su alma, y contempló su desnudez, la fragilidad de su cuerpo frente a los peligros del bosque, y huyó en busca del único ser en ese mundo que podía aliviar el vacío que lo devoraba: Eva.
Eva nadaba en el lago, dejando que su cuerpo se sumergiera en un remanso de tranquilidad. Era ajena a cuanto estaba sucediendo, cuando vio a Adán aparecer en la orilla, cubriendo su humillación con las hojas de un matorral. La sombra de la vergüenza se hacía eco en su semblante, triste, herido en el orgullo, sobrecogido por la angustia, y temblando de pánico. En su mano aferraba algo como si la vida le fuese en ello, y Eva tuvo la certeza de que así era. No necesitaba ver el fruto para saber de dónde provenía, y comprendió que a partir de ese día nada volvería a ser igual. Salió del agua y abrazó a Adán con ternura, con amor, jurándole que todo saldría bien, mientras permaneciesen juntos todo saldría bien. Mientras, él lloraba sin poder dejar de repetir.
- ¡Eva, fue la serpiente…! Estamos desnudos, Eva… ¡¡Estamos desnudos!!.
- ¿Y cómo sabéis que estáis desnudos? –la Voz de Dios bramó en sus oídos, resquebrajando los cielos, haciendo temblar el suelo, bajo sus pies-. ¿Acaso habéis probado el fruto del árbol prohibido?
Adán se quedó paralizado ante la presencia de Dios. La ira del Todopoderoso se filtraba en su corazón, cortando su respiración, secándole la garganta, dejándolo sin habla.
- Fue culpa mía, mi señor – pronunció entonces Eva con firmeza, tragándose las lágrimas y el miedo-. Me dejé engañar por la serpiente, y por ello nos he condenado. No se lo tengáis en cuenta a Adán, Padre, castigadme únicamente a mí. Tomad mi vida si os place, pues no soy digna de vuestro perdón ni del perdón de este hombre.
Y Dios actuó en consecuencia, expulsándolos del jardín del Edén, condenándolos a morir y volver a vivir una vida tras otra eternamente, en soledad, separados el uno del otro, contemplando la degradación de su especie, hasta el fin de los tiempos, en que volverían a encontrarse para pagar por su afrenta, y por todos los pecados de su progenie.
Una noche y miles de vidas después…
Rachel bajaba las escaleras de su apartamento. Era una noche cualquiera, una noche mezquina, y los callejones olían a asfalto y goma quemada, y la luna se engalanaba de luces de neón. Apenas disponía de una hora para entrar a trabajar, cuando en el portal se cruzó con un extraño.
Tan solo dijo hola, pero la realidad se dio de bruces con el tiempo, y el espacio se plegó sobre sí mismo. El presente y el pasado se enfrentaron cara a cara, y los recuerdos clamaron en lo profundo del olvido. Entonces ella alzó la mirada, y el puzzle de su sonrisa estalló en mil pedazos, el velo de sus ojos cayó al suelo, y con la serenidad del que en el fondo sabe que llegará ese día respondió:
- Ah. Eres tú.
- Ha pasado mucho tiempo, Eva.
- Sí, Adán. Mucho tiempo.
Adán deambulaba por el paraíso contemplando la obra de Dios, la magnificencia de la creación, el milagro de la vida. No se sentía dueño de aquel lugar, sino parte de él, como una efímera e insignificante gota de rocío, desnuda ante la devastadora belleza del jardín del Edén.
Sin quererlo, o al menos sin planteárselo, llegó al claro del bosque donde se encontraba el árbol de la fruta prohibida. Podía disponer de cuanto se le antojase, excepto de las frutas de ese árbol. Dios le había dado todo cuanto había deseado, aún antes de saber lo que significaba desear algo. Le había dado la vida, le dio refugio, la mejor de las compañeras, pero también le dio responsabilidad, le dio una razón para existir, y la única condición que le impuso fue no probar los frutos de aquel lugar. ¿Por qué, sin embargo, siempre acababa acudiendo allí?
El viento parecía susurrar su nombre, cuando acariciaba con sus dedos intangibles las hojas del manzano, y aun estando a varios kilómetros podía sentirlo susurrar en su oído, con voz queda, suavemente, adentrándose en sus pensamientos, dominándolo por completo. Y cuando alzaba la vista, estaba frente a él, y no recordaba cómo había llegado allí, ni lo que había estado haciendo antes. Solo sabía que ansiaba uno de aquellos frutos más que a nada en el mundo, que cambiaría todo cuanto le había sido entregado por probar una sola de aquellas embriagadoras manzanas.
- Lo estás deseando –murmuró el viento con voz de mujer, y Adán sintió sus cálidos labios acariciar su cuello, sus manos suaves recorrer su pecho, y sus delicados senos contra su espalda, fundiéndose en un abrazo-. El deseo te devora por dentro, Adán. Anhelas los frutos de ese árbol porque sabes que esconde el misterio de Dios, el alma de Dios, su esencia hecha jugo y pulpa. Dios tiene miedo de tu potencial, de que seas su igual, por eso no quiere que pruebes su ambrosía. Es el alimento de Dios, Adán, es lo que separa al hombre de convertirse en Todopoderoso.
- Tú no eres Eva... – dijo Adán dándose media vuelta, comprobando que la mujer que seductoramente lo abrazaba no era el viento, ni fruto de su delirio, sino que estaba junto a él. Misteriosa, cautivadora, rozando cada poro de su piel con su desnudez-. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?
- Soy quien tú quieras que sea –respondió ella, recorriendo el pecho de Adán con las yemas de sus dedos-. Solo importa lo que tú quieres, y todo cuanto quieres te lo puedo entregar. Mi misión es ungirte la corona que por derecho te pertenece, y servirte en todo aquello que tu mente y tu corazón dispongan. Adán… mi señor Adán, el amo del jardín Edén. Pero antes debes despertar, abrir los ojos del alma, y convertirte en Dios. Antes debes saborear una de esas deliciosas manzanas.
Y Adán sucumbió al embrujo de la mujer, y arrancó una de las manzanas del árbol prohibido, llevándosela a la boca, dejando que el dulce néctar de la fruta se mezclara con su saliva, invadiendo sus sentidos, despertándolo del sueño en que había estado sumido desde el día de su creación.
Entonces contempló el mundo, y allí donde había visto belleza solo halló desazón y podredumbre. Los verdes prados del jardín del Edén eran ahora un pantano de lamentos y angustia extendiéndose frente a él. Buscó a la mujer, pero en el lugar en que había aparecido solo encontró una serpiente que, siseando, se alejaba, perdiéndose en la maleza. Entonces sintió pavor, el miedo se apoderó de su alma, y contempló su desnudez, la fragilidad de su cuerpo frente a los peligros del bosque, y huyó en busca del único ser en ese mundo que podía aliviar el vacío que lo devoraba: Eva.
Eva nadaba en el lago, dejando que su cuerpo se sumergiera en un remanso de tranquilidad. Era ajena a cuanto estaba sucediendo, cuando vio a Adán aparecer en la orilla, cubriendo su humillación con las hojas de un matorral. La sombra de la vergüenza se hacía eco en su semblante, triste, herido en el orgullo, sobrecogido por la angustia, y temblando de pánico. En su mano aferraba algo como si la vida le fuese en ello, y Eva tuvo la certeza de que así era. No necesitaba ver el fruto para saber de dónde provenía, y comprendió que a partir de ese día nada volvería a ser igual. Salió del agua y abrazó a Adán con ternura, con amor, jurándole que todo saldría bien, mientras permaneciesen juntos todo saldría bien. Mientras, él lloraba sin poder dejar de repetir.
- ¡Eva, fue la serpiente…! Estamos desnudos, Eva… ¡¡Estamos desnudos!!.
- ¿Y cómo sabéis que estáis desnudos? –la Voz de Dios bramó en sus oídos, resquebrajando los cielos, haciendo temblar el suelo, bajo sus pies-. ¿Acaso habéis probado el fruto del árbol prohibido?
Adán se quedó paralizado ante la presencia de Dios. La ira del Todopoderoso se filtraba en su corazón, cortando su respiración, secándole la garganta, dejándolo sin habla.
- Fue culpa mía, mi señor – pronunció entonces Eva con firmeza, tragándose las lágrimas y el miedo-. Me dejé engañar por la serpiente, y por ello nos he condenado. No se lo tengáis en cuenta a Adán, Padre, castigadme únicamente a mí. Tomad mi vida si os place, pues no soy digna de vuestro perdón ni del perdón de este hombre.
Y Dios actuó en consecuencia, expulsándolos del jardín del Edén, condenándolos a morir y volver a vivir una vida tras otra eternamente, en soledad, separados el uno del otro, contemplando la degradación de su especie, hasta el fin de los tiempos, en que volverían a encontrarse para pagar por su afrenta, y por todos los pecados de su progenie.
Una noche y miles de vidas después…
Rachel bajaba las escaleras de su apartamento. Era una noche cualquiera, una noche mezquina, y los callejones olían a asfalto y goma quemada, y la luna se engalanaba de luces de neón. Apenas disponía de una hora para entrar a trabajar, cuando en el portal se cruzó con un extraño.
Tan solo dijo hola, pero la realidad se dio de bruces con el tiempo, y el espacio se plegó sobre sí mismo. El presente y el pasado se enfrentaron cara a cara, y los recuerdos clamaron en lo profundo del olvido. Entonces ella alzó la mirada, y el puzzle de su sonrisa estalló en mil pedazos, el velo de sus ojos cayó al suelo, y con la serenidad del que en el fondo sabe que llegará ese día respondió:
- Ah. Eres tú.
- Ha pasado mucho tiempo, Eva.
- Sí, Adán. Mucho tiempo.
Etiquetas: Relatos
posted by Blue Devil's @ 15:47,
1 Comments:
- At 2 de septiembre de 2007, 0:47, eclipse de luna said...
-
Cada vez me gustan mas tus historias, tanto que me dejas sin palabras.
Un besito.Mar