Ausencias Prolongadas
martes, 25 de septiembre de 2007
Buenos días a todos, me he dejado caer un momento a saludar, a deciros que sigo vivo, que no he desaparecido en la inmensidad del mundo real (aunque poco me falta), que os echo de menos (sí, os echo de menos ¿qué pasa?), y que si no paro por aquí es porque los quehaceres laborales se me acumulan y no doy abasto.
Quiero contaros muchas cosas, buenas y malas, sobre canciones que me han pasado y me han enamorado, grupos que he descubierto y se han apoderado de mi mp3, quiero terminar de narraros la historia de Epi, de lo que pasó con mi banda, en la que cada día es una nueva aventura (como los Gi-Joes), de la cantidad ingente de trabajo que tengo, y de las ganas de mandar a mi jefe a Indochina de una patada en el culo. Quiero seguir con mi relato, saber qué pasa con Rachel y Morgan, qué pinta Lilith en todo esto, y porqué Víctor me recuerda tanto a mí.
Pero sobre todo quiero hablaros de Gema, de por qué llevo una semana comportándome como un adolescente pajillero con las hormonas hiperdopadas. Caminando sobre las nubes en un Madrid donde no brillan las estrellas, pero anoche nos sorprendió la luna llena recostados en un banco. Quiero contaros cómo el tiempo se esfuma y el espacio se detiene cuando me pierdo en su boca, y que a veces me sorprendo a mí mismo diciendo cosas que no son propias de mí...
Y sin embargo no puedo, porque aunque los días tienen veinticuatro horas, yo no soy Jack Bauer. Tan solo prometeros que no me iré lejos, y que al final, en la vida, todo es cuestión de tiempo.
Un abrazo!! Volveré pronto.
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posted by Blue Devil's @ 9:31, ,
La Víspera del... VI
sábado, 8 de septiembre de 2007
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Caía la noche en la ciudad, y una figura solitaria se alejaba por entre las monstruosas hileras de hormigón, difuminándose lentamente con el paisaje. De su brazo izquierdo colgaba un viejo tres cuartos de cuero marrón, de la mano derecha pendía bien sujeto el estuche de un saxo. Andaba cabizbajo, con aire cansado y expresión conformista con la vida que le había tocado llevar, y emprendía cada paso como si avanzase en medio de arenas movedizas, donde caminar se convierte en un suplicio, y poco a poco uno se va convirtiendo en parte del cenagal. Así era Víctor, parte de esa ciudad, parte de su alma. Porque las ciudades poseen alma y conciencia, en simbiosis con aquellos que les han entregado la suya. Así, hay ciudades con un alma joven, pura, apenas dando sus primeros pasos… y otras cuyo alma es vieja, sucia, contaminada, fruto de cientos de años bebiendo de aquellos que en busca de la amante perfecta, se rinden a sus encantos, a sus placeres ocultos, y a la muerte que habita en sus callejones, hospitales, y estaciones de ferrocarril.
Víctor viajaba mucho, su trabajo en cierta manera lo obligaba a trasladarse largas temporadas, pero siempre regresaba como un toxicómano en busca de su dosis, era un adicto, estaba enganchado a aquella ciudad. Conocía los rincones más siniestros de su alma como ella los oscuros callejones de su corazón, eran el uno parte del otro, y ambos sabían que un día sería su propia sangre la que alimentara a las ratas de las alcantarillas. Hasta ese momento, Víctor sería una parte más de la ciudad, en consonancia con el maremagno de vida en ebullición que, surgiendo de las profundidades, alcanzaba las más altas cotas de la miseria. Tan solo cuando tocaba el saxo en el club, durante un instante al menos, podía asirse a un atisbo de esperanza y salir a flote. En aquellos momentos el atardecer de su mundo era el amanecer del siguiente, y en el océano del cosmos la ciudad se encontraba sepultada por toneladas de agua. Entonces nadaba hacia lo lejos, hasta perderse en el horizonte, y las cadenas que lo ataban a aquel desdichado mundo se rompían, permitiéndolo alzarse y volar… Luego, abría los ojos y el barman ya estaba cerrando, hacía rato que el concierto había terminado, y se encontraba perdido como siempre en el penúltimo vaso de Jack Daniel’s. A su alrededor, en cualquier lugar al que mirase, en cualquier parte en que se escondiese, la ciudad lo contemplaba, lo consolaba, y murmurando suavemente desde sus entrañas, lo instaba a recordar que los sueños no hacen promesas.
- ¡Ey, amigo! –Víctor se había detenido para encenderse un cigarrillo, cuando escuchó la voz que venía del suelo, y a trompicones se abría camino hasta sus oídos. Una voz rota, vapuleada, que sabía a papel mojado y retazos de tiempo. Su propietario no tenía mejor aspecto. Era un vagabundo que, medio escondido en una esquina, mendigaba alcohol a cambio de consejos. O al menos eso rezaba el cartón a sus pies-. ¿Qué día es hoy?
- Treinta –respondió con estoicismo, al tiempo que exhalaba el humo y reparaba en el anciano-. Treinta de diciembre.
- ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo! –dijo el vagabundo con vehemencia. Víctor se limitó a asentir indiferente-. ¿Sabe que eso mata? –añadió después señalando el cigarrillo, pero no era una pregunta.
- Vivir también mata –respondió Víctor. El vagabundo pareció meditarlo por un momento, y le pareció una respuesta con sentido.
-¿Me daría uno? Total, a estas alturas… -sonrió el vagabundo encogiéndose de hombros. Le faltaban algunos dientes.
- Tenga, y no pase frío –dijo Víctor mientras le soltaba en el regazo un paquete con cinco cigarrillos dentro-. Este será un invierno muy crudo.
- No lo sabe usted bien, amigo… –afirmó el vagabundo agradecido-. Que Dios le bendiga.
- Que Dios le oiga –respondió Víctor, y emprendió el camino de regreso a casa, pero al llegar a la esquina se detuvo, dándose media vuelta.
De nuevo tenía la sensación de que algo no iba bien, de que una pieza no encajaba en el devenir del puzzle al que estaba acostumbrado, y en un intento desesperado por cuadrar las circunstancias se volvió en busca del anciano. Lo que vio le sobresaltó, aunque no le extrañó en absoluto, de cierta manera sabía que sería así: el vagabundo ya no estaba en la esquina. Había desparecido. Y en el suelo, bailando al son de una brisa furtiva, se mecía de un lado a otro un arrugado y vacío paquete de tabaco.
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La Víspera del... V
lunes, 3 de septiembre de 2007
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- Tengo miedo, Rachel.
- ¿De qué tienes miedo?
- Tengo miedo del futuro. Tengo miedo de no saber tomar la decisión correcta.
- En eso consiste la vida, cariño, el fundamento de toda la existencia.
- No te entiendo.
- Es muy sencillo, cielo. Alguien, hace mucho tiempo, cometió un grave error.
Morgan contemplaba el vaso vacío entre sus manos, mientras dejaba a las palabras deambular por su cabeza. Conversaciones fugaces que iban y venían, recreando momentos vividos, instantes soñados, y realidades inventadas, confabulándose con el infinito para arrastrarla de nuevo a su presencia.
La voz de Rachel brotaba de lo más profundo de sus recuerdos, inundando su cerebro con el cálido néctar de su risa. Por un instante, el lóbrego salón se transformó en la habitación del burdel donde había escuchado, por primera vez, los frenéticos latidos de un corazón que creía muerto. Tras haber sido vapuleado, engañado, despechado, avergonzado, y finalmente tiroteado, aquel músculo inservible, convertido en un campo de minas, se había contraído en un espasmo, fibrilando hasta volver a latir. Y ahora, el aliento que había devuelto la vida al náufrago a la deriva, arrastrado por el lento oleaje de su propia rutina, se evaporaba gota a gota entre el alcohol y la nicotina que empalagaban su boca, olvidando lentamente la fragancia del perfume que aún impregnaba sus recuerdos.
El amanecer se filtraba por las persianas bajadas, y la más oscura noche se adueñaba del silencio de la habitación, ahora una celda de lágrimas secas brotando de las cuencas vacías, donde el llanto de un niño recién nacido, hijo de la desesperación y el sufrimiento, anunciaba un inminente despertar. Anunciaba un retorno hacia la luz.
Morgan se estremeció. Sintió frío de pronto; un frío viejo, primitivo, rancio, que en forma de escalofrío abrazaba su espina dorsal, asiéndose a su médula con uñas de hielo y dientes de metal. Haciéndose un hueco en el cálido refugio de sus entrañas, como intentando escapar de un foso intangible que lo arrastraba sin remedio al inframundo.
Duró mil años, que es el tiempo que dura un segundo, cuando el dolor se debate entre la consciencia y el delirio, y entonces cesó. Y el reflejo de su rostro en el cristal del espejo le devolvió la mirada; altivo, impávido, y completamente desconocido.
Contempló largo rato el desfile de nuevas sensaciones que se agolpaban en su pecho, a través de los ojos que, clavados en los suyos, lo escrutaban más allá del límite que separa la realidad del mundo onírico, enmarcado en el espejo. Las imágenes se sucedían con vertiginosa violencia, sin apenas tiempo de ser asimiladas por su aletargada razón, y cuando estaba a punto de ser fulminado por la alucinación, en un arrebato de furia, descargó sus puños contra el espejo.
Gritó al tiempo que los cristales salían despedidos, clavándose en el suelo y en sus manos, y la sangre surgió a borbotones por entre las heridas, pero no le importó. Ni tan siquiera reparó en ello cuando, presa del pánico, abandonó el apartamento, corriendo escaleras abajo hasta llegar a la calle, donde se encontró cara a cara con la cegadora luz del sol.
El niño había dejado de llorar.
- Tengo el mismo sueño cada noche, desde hace semanas… -murmuró Adán, con la mirada perdida en el fluido ambarino de su taza-. Me despierto bañado en sudor, pero no estoy despierto, continuo soñando, y así una y otra vez… A veces duele.
- ¿El sueño duele? –preguntó ella.
- No, duele no saber a ciencia cierta si estás soñando o no… Aun ahora me pregunto si no estaré dormido y no me puedo despertar –alzó la vista y miró a Eva con melancolía-. ¿Sabes? Nunca olvidé. No me dejaron olvidar. En mi cabeza arrastro miles de años de existencia... pero aun puedo verte como si nunca hubiésemos… ¿Qué día es hoy?
- Treinta de diciembre.
- Ah, entonces es mañana la víspera.
- ¿De año nuevo? –preguntó Rachel.
- No, del fin del mundo… -y tras pronunciar esto bebió pausadamente del te.
Rachel no dijo nada. Adán no veía el mundo igual que los demás, sus ojos filtraban el espectro de realidad humana permitiéndole observar los hilos que tejían el continuo espacio tiempo. Era como contemplar el pasado, el presente y el futuro a la vez, con sus múltiples dimensiones, opciones, situaciones fruto de las decisiones tomadas o por tomar. Un arquitecto ve los planos de un edificio y es capaz de imaginar el resultado, Adan se encontraba sumido en los planos del mundo, y en su propio resultado, solo que el mundo es un edificio que cambia a cada instante, y con él los planos, sus estructuras, sus niveles con miles de corredores y puertas que no conducen a ninguna parte, o a todas a la vez. Podía observar el mundo como el Creador, pero era incapaz de comprenderlo, y todo aquello lo estaba volviendo loco.
- Voy a matarlo –sentenció Adán, haciendo añicos el silencio con el tenue ronquido de su voz-. Por lo que nos hizo, Eva, mañana voy a matar a Dios.
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La Víspera del... IV
domingo, 2 de septiembre de 2007
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Rachel se dispuso a preparar el te. Con aparente tranquilidad y precisión llenó un cazo de agua y lo puso a hervir. Lavó dos tazas de porcelana y un par de cucharas, rebuscó en los cajones hasta encontrar las bolsitas de te, y preparó una bandeja con todo aquello. Adán, sentado a la mesa, se limitaba a observarla sumido en el más profundo de los silencios, a la espera de algún tipo de reacción por parte de ella. Nunca llegó.
Rachel se comportaba como si aquella escena formase parte de su rutina habitual. Sus rasgos se difuminaban en un esbozo de autosuficiencia, y no había rastro de rigidez en sus movimientos. La fluidez de la que hacía gala transformaba cada acción que acometía en los pasos de un baile seductor. Y su pulso, firme como una roca, vertía el agua hirviendo en las tazas con una eficiencia tal, que pareciera estar inmersa en un sagrado ritual. Seguidamente tomó su taza y se apoyó en la encimera. Solo entonces se dignó a prestarle atención.
- ¿Qué has venido a hacer aquí? –preguntó, y su voz entonó la pregunta como si no esperase, o no le importase, recibir respuesta.
- ¿No te alegras de verme?
- No, Adán –respondió ella, sin apartar la mirada-. No siento alegría ni tristeza al verte.
- Como si de un completo desconocido se tratara… -murmuró él.
Rachel se volvió, enterrando la mirada en su reflejo de la ventana. Se vio a sí misma, y vio a Eva. Contempló a todas las mujeres que había sido, y examinó su devenir a lo largo de las eras. Lejos quedaban ya el jardín del Edén y los años en compañía de aquel hombre. La vergüenza investida sobre su nombre por los siglos de los siglos, el pecado original que nunca cometió. La distancia, la muerte, el renacer, y al fin… el olvido.
Lejos quedaba la mujer inocente que había sido, antes de asimilar el porvenir que había forjado para sí misma y los suyos. Repudiada por su estirpe, la felicidad no era más que una sombra que enturbiaba su alma con el reflejo de lo que nunca podría alcanzar, y esa era la única realidad que conocía, independientemente de quién fuera o en qué época viviera. Esa era, en verdad, su penitencia.
- Adán… –pronunció al fin-, como bien dijiste, ha pasado mucho tiempo.
- Estos son mis honorarios, la mitad por adelantado, y la otra mitad al terminar el trabajo.
El inconfundible y sucio bramido de una Fender Stratocaster del sesenta y nueve, potenciado por unas viejas pastillas Duncan, brotó como un viento huracanado a través del amplificador de válvulas, invadiendo la oscura y saturada atmósfera del local. La improvisación en estado puro se abrió paso, consagrándose en la mezcla de escalas menores, el tintineo de las piezas de hielo derritiéndose en las copas, y el rumor de las conversaciones. Todo aquello también formaba parte de la misma esencia del blues.
En una de las mesas del rincón, sentados frente a un par de whiskies, un hombre y una mujer hablaban en voz queda.
- ¿No le parece un poco… exagerado el precio? –susurró la mujer inclinándose sobre la mesa hacia su interlocutor, dejando deliberadamente a la vista el delgada línea entre sus senos, que asomaban a través del escote del vestido.
- En el precio está incluido mi silencio, así como los gastos e imprevistos que puedan sucederse mientras dure el encargo. Es la tarifa estándar para este tipo de trabajos –el hombre bebió un largo trago de su copa, sin dejarse llevar por la seductora apariencia de la mujer-. Lo toma, o lo deja. Siempre puede buscar otra persona por menos dinero, pero no espere un resultado profesional, con todo lo que ello implica.
- Bien… -respondió ella, reclinándose de nuevo en su asiento-. Lo haremos así – y sacó del bolso un talonario de cheques.
- No –se apresuró a decir él-. En efectivo. No deben relacionarnos, como comprenderá, por la seguridad de ambos.
- Comprendo –reconoció la mujer-. Bien, entonces ¿podemos vernos mañana de nuevo para formalizarlo todo? Traeré el dinero.
Víctor asintió, apurando su copa. Hacía poco que había vuelto a la ciudad, y ya tenía un nuevo encargo, pero se le antojaba sencillo: la típica mujer con pasta y aburrida, que sospechaba de su marido, y quería pruebas de su infidelidad, cuando probablemente ella también se los estaba poniendo con la mitad de los socios del club de golf. Sería coser y cantar, el dinero le vendría bien para relajarse una temporada, y esta vez no tendría que matar a nadie.
Su misión consistía en pillarlos in fraganti y tomar pruebas de todo cuanto viera u oyera. Seguramente ya se encargarían ella y sus abogados de desangrarlo después, de forma lenta y agónica, hasta que los nietos de sus nietos fuesen a la universidad.
- De acuerdo, señora...
- Llámeme Lilith
- Muy bien. Lilith - pronunció él. El blues tocaba a su fin y llegaba su momento más deseado-. Nos veremos mañana. Ahora, si me disculpa… me están esperando.
Ella se limitó a sonreír con levedad. Víctor se incorporó, tomando el saxo que descansaba junto a él, en la silla, y se dirigió al escenario. Mientras caminaba sentía los ojos de la mujer clavándosele en la nuca, pero no se volvió para mirarla. Era muy atractiva, y el trabajo parecía fácil y bien pagado, pero… ¿por qué todo aquello le daba tan mala espina? Lo comentaría más tarde con la almohada, ahora era tiempo de fundirse en el jazz, y dejar que la adrenalina se filtrara por su torrente sanguíneo y sus pulmones, directa centro tonal de su alma.
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posted by Blue Devil's @ 17:17, ,
La Víspera del... III
sábado, 1 de septiembre de 2007
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Adán deambulaba por el paraíso contemplando la obra de Dios, la magnificencia de la creación, el milagro de la vida. No se sentía dueño de aquel lugar, sino parte de él, como una efímera e insignificante gota de rocío, desnuda ante la devastadora belleza del jardín del Edén.
Sin quererlo, o al menos sin planteárselo, llegó al claro del bosque donde se encontraba el árbol de la fruta prohibida. Podía disponer de cuanto se le antojase, excepto de las frutas de ese árbol. Dios le había dado todo cuanto había deseado, aún antes de saber lo que significaba desear algo. Le había dado la vida, le dio refugio, la mejor de las compañeras, pero también le dio responsabilidad, le dio una razón para existir, y la única condición que le impuso fue no probar los frutos de aquel lugar. ¿Por qué, sin embargo, siempre acababa acudiendo allí?
El viento parecía susurrar su nombre, cuando acariciaba con sus dedos intangibles las hojas del manzano, y aun estando a varios kilómetros podía sentirlo susurrar en su oído, con voz queda, suavemente, adentrándose en sus pensamientos, dominándolo por completo. Y cuando alzaba la vista, estaba frente a él, y no recordaba cómo había llegado allí, ni lo que había estado haciendo antes. Solo sabía que ansiaba uno de aquellos frutos más que a nada en el mundo, que cambiaría todo cuanto le había sido entregado por probar una sola de aquellas embriagadoras manzanas.
- Lo estás deseando –murmuró el viento con voz de mujer, y Adán sintió sus cálidos labios acariciar su cuello, sus manos suaves recorrer su pecho, y sus delicados senos contra su espalda, fundiéndose en un abrazo-. El deseo te devora por dentro, Adán. Anhelas los frutos de ese árbol porque sabes que esconde el misterio de Dios, el alma de Dios, su esencia hecha jugo y pulpa. Dios tiene miedo de tu potencial, de que seas su igual, por eso no quiere que pruebes su ambrosía. Es el alimento de Dios, Adán, es lo que separa al hombre de convertirse en Todopoderoso.
- Tú no eres Eva... – dijo Adán dándose media vuelta, comprobando que la mujer que seductoramente lo abrazaba no era el viento, ni fruto de su delirio, sino que estaba junto a él. Misteriosa, cautivadora, rozando cada poro de su piel con su desnudez-. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?
- Soy quien tú quieras que sea –respondió ella, recorriendo el pecho de Adán con las yemas de sus dedos-. Solo importa lo que tú quieres, y todo cuanto quieres te lo puedo entregar. Mi misión es ungirte la corona que por derecho te pertenece, y servirte en todo aquello que tu mente y tu corazón dispongan. Adán… mi señor Adán, el amo del jardín Edén. Pero antes debes despertar, abrir los ojos del alma, y convertirte en Dios. Antes debes saborear una de esas deliciosas manzanas.
Y Adán sucumbió al embrujo de la mujer, y arrancó una de las manzanas del árbol prohibido, llevándosela a la boca, dejando que el dulce néctar de la fruta se mezclara con su saliva, invadiendo sus sentidos, despertándolo del sueño en que había estado sumido desde el día de su creación.
Entonces contempló el mundo, y allí donde había visto belleza solo halló desazón y podredumbre. Los verdes prados del jardín del Edén eran ahora un pantano de lamentos y angustia extendiéndose frente a él. Buscó a la mujer, pero en el lugar en que había aparecido solo encontró una serpiente que, siseando, se alejaba, perdiéndose en la maleza. Entonces sintió pavor, el miedo se apoderó de su alma, y contempló su desnudez, la fragilidad de su cuerpo frente a los peligros del bosque, y huyó en busca del único ser en ese mundo que podía aliviar el vacío que lo devoraba: Eva.
Eva nadaba en el lago, dejando que su cuerpo se sumergiera en un remanso de tranquilidad. Era ajena a cuanto estaba sucediendo, cuando vio a Adán aparecer en la orilla, cubriendo su humillación con las hojas de un matorral. La sombra de la vergüenza se hacía eco en su semblante, triste, herido en el orgullo, sobrecogido por la angustia, y temblando de pánico. En su mano aferraba algo como si la vida le fuese en ello, y Eva tuvo la certeza de que así era. No necesitaba ver el fruto para saber de dónde provenía, y comprendió que a partir de ese día nada volvería a ser igual. Salió del agua y abrazó a Adán con ternura, con amor, jurándole que todo saldría bien, mientras permaneciesen juntos todo saldría bien. Mientras, él lloraba sin poder dejar de repetir.
- ¡Eva, fue la serpiente…! Estamos desnudos, Eva… ¡¡Estamos desnudos!!.
- ¿Y cómo sabéis que estáis desnudos? –la Voz de Dios bramó en sus oídos, resquebrajando los cielos, haciendo temblar el suelo, bajo sus pies-. ¿Acaso habéis probado el fruto del árbol prohibido?
Adán se quedó paralizado ante la presencia de Dios. La ira del Todopoderoso se filtraba en su corazón, cortando su respiración, secándole la garganta, dejándolo sin habla.
- Fue culpa mía, mi señor – pronunció entonces Eva con firmeza, tragándose las lágrimas y el miedo-. Me dejé engañar por la serpiente, y por ello nos he condenado. No se lo tengáis en cuenta a Adán, Padre, castigadme únicamente a mí. Tomad mi vida si os place, pues no soy digna de vuestro perdón ni del perdón de este hombre.
Y Dios actuó en consecuencia, expulsándolos del jardín del Edén, condenándolos a morir y volver a vivir una vida tras otra eternamente, en soledad, separados el uno del otro, contemplando la degradación de su especie, hasta el fin de los tiempos, en que volverían a encontrarse para pagar por su afrenta, y por todos los pecados de su progenie.
Una noche y miles de vidas después…
Rachel bajaba las escaleras de su apartamento. Era una noche cualquiera, una noche mezquina, y los callejones olían a asfalto y goma quemada, y la luna se engalanaba de luces de neón. Apenas disponía de una hora para entrar a trabajar, cuando en el portal se cruzó con un extraño.
Tan solo dijo hola, pero la realidad se dio de bruces con el tiempo, y el espacio se plegó sobre sí mismo. El presente y el pasado se enfrentaron cara a cara, y los recuerdos clamaron en lo profundo del olvido. Entonces ella alzó la mirada, y el puzzle de su sonrisa estalló en mil pedazos, el velo de sus ojos cayó al suelo, y con la serenidad del que en el fondo sabe que llegará ese día respondió:
- Ah. Eres tú.
- Ha pasado mucho tiempo, Eva.
- Sí, Adán. Mucho tiempo.
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posted by Blue Devil's @ 15:47, ,